viernes, 17 de junio de 2011

Susan Maushart vivió el sueño de todo padre moderno: Desconectó a sus hijos adolescentes.

Susan Maushart vivió el sueño de todo padre moderno: Desconectó a sus hijos adolescentes.



Durante seis meses, Maushart quitó el internet, la televisión, los iPods, los teléfonos móviles y los videojuegos. El fantasmagórico brillo de las pantallas dejó de iluminar la sala de estar. Los aparatos electrónicos ya no sonaban por la noche, como "grillos maléficos". Y ella dejó de llevar su iPhone al baño.

El resultado de lo que Maushart llama "El Experimento" fue una inmersión en la vida real.
Como Maushart explica en un libro publicado en Estados Unidos y llamado "The Winter of Our Disconnect" (El invierno de nuestra desconexión), ella y sus hijos redescubrieron placeres simples, como juegos de tablero, libros, viejas fotos, cenas familiares y escuchar música juntos, en lugar de cada uno conectado a su propio iPod.

Su hijo Bill, un adicto a los juegos de vídeo, llenó su tiempo libre tocando saxofón. "Cambió Grand Theft Auto por las obras de Charlie Parker", escribió Maushart. Bill dice que El Experimento fue meramente la chispa, y que él habría vuelto a la música tarde o temprano. Sea lo que haya sido, él se dedicó tan seriamente al saxofón que cuando se acabó la veda electrónica, vendió su consola de juegos y ahora estudia música en la universidad.

La hija mayor de Maushart, Anni, estaba menos "conectada" y leía más que sus hermanos, así que su transición fue la más fácil. Sus amigos pensaron que la prohibición era "cool". Cuando necesitaba computadoras para hacer las tareas escolares, iba a la biblioteca. Incluso ahora, pasa tiempo sin conectarse a Facebook.



La hija menor de Maushart, Sussy, fue la que tuvo mayores dificultades. Maushart había decidido permitir el uso de internet, TV y otros aparatos electrónicos fuera de la casa, y Sussy inmediatamente adoptó esa opción, tomando su laptop y mudándose con su padre —el ex esposo de Maushart— por seis semanas. Cuando regresó a la casa de su madre, se pasaba horas hablando por el teléfono de línea fija.



Pero la privación electrónica tuvo su impacto de todas formas: Las calificaciones de Sussy mejoraron considerablemente. Maushart escribió que sus hijos "se despertaron lentamente del estado de cognitus interruptus que había caracterizado muchas de sus horas de vigilia, y se volvieron mejores pensadores".

Maushart decidió desconectar a la familia porque los muchachos —de 14, 15 y 18 años cuando comenzó El Experimento— no sólo usaban los medios, "vivían en ellos".



"No se acordaban de la época antes del correo electrónico, o los mensajes instantáneos, o Google", escribió.
Al igual que muchos adolescentes, no podían hacer sus tareas escolares sin escuchar música, actualizar sus páginas en Facebook e intercambiar mensajes instantáneos". Las niñas se habían vuelto "meros accesorios de su propio perfil en las redes sociales, como si la vida real fuese un ensayo con vestuario para la próxima actualización".

Maushart admite haber sido tan adicta como sus hijos. Neoyorquina de nacimiento, vivió en Perth, Australia, cerca de su ex esposo, y curaba su nostalgia con podcasts desde Estados Unidos. Su mayor reto durante El Experimento fue "abandonar la falsa ilusión de avestruz de que enterrar la cabeza en información y entretenimiento de mi país era tan bueno como estar allí".

Maushart comenzó El Experimento con una medida drástica: Cortó completamente la electricidad durante unas pocas semanas, usó velas en lugar de bombillas, tomó duchas frías y comió alimentos guardados en hieleras. Cuando se acabó el apagón, Maushart esperaba que la reacción de aprecio por la electricidad suavizaría la transición de sus hijos a la vida sin Google ni celulares.




Como resultado de El Experimento, Maushart hizo un cambio importante en su propia vida. En diciembre, se mudó de regreso a Longs Island, Nueva York, con Sussy. Por supuesto, la mudada perpetuó la necesidad de Maushart de vivir en dos lugares a la vez: Mantuvo su trabajo como columnista de un diario australiano y está "viviendo en Skype", porque sus otros dos hijos se quedaron en Australia estudiando la universidad. Irónicamente, la internet alivio la transición a Estados Unidos para Sussy, que usó Facebook para establecer amistad con niños en su nueva escuela antes de llegar.

Maushart entiende que vivir totalmente desconectado por seis meses no es algo realista para la mayoría de la gente.
Pero alienta a las familias a desconectarse periódicamente. "Una forma de hacerlo es establecer un día a la semana sin pantallas. No como castigo, sino como algo especial", dice. "No hay un niño en el planeta que no preferiría jugar un juego de tablero que sentarse frente a su ordenador".


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